Blog de aula del Departamento de Clásicas del IES Ojos del Guadiana de Daimiel
jueves, 19 de mayo de 2011
Práctica 4 - Comentario de texto: El lamento de Ariadna
Dejadme morir;
¿y quién queréis que me consuele
en tan cruel suerte,
en tan duro sufrir?
Oh Teseo, oh Teseo mío,
sí, te quiero llamar mío, porque ya eres mío,
aunque huyas, ay cruel, lejos de los mis ojos.
Vuélvete, Teseo mío,
vuélvete, Teseo, oh Dios mío.
Vuélvete, vuelve sobre tus pasos, para mirar una vez más
a aquella que dejó por ti su patria y su reino,
y todavía sigue en esas orillas,
presa de fieras despiadadas y crueles,
y dejará sus huesos desnudados.
Oh Teseo, oh Teseo mío,
si supieses, oh Dios mío,
si supieses, aymé, cuánto sufre
la pobre Arianna,
quizá, preso del remordimiento,
volvieras la proa hacia esas orillas.
Mas con los vientos serenos,
te vas feliz y yo me quedo llorando;
para recibirte, prepara Atenas
soberbias y alegres pompas, y yo me quedo
pasto de las fieras en la orilla solitaria;
te abrazarán tus viejos padres
rebosando alegría, y yo
no volveré a veros, ¡oh madre, oh padre mío!
¿Dónde, dónde está la fidelidad
que tantas veces me has jurado?
¿Es así como me vuelves a sentar
en el trono de mis antepasados?
¿Son éstas las coronas
con que adornas mis cabellos?
¿Éstos son los cetros,
éstas las joyas y los oros:
dejarme en el abandono
a una fiera para que me desgarre y me devore?
Ay Teseo, ay Teseo mío,
¿dejarás que se muera,
llorando en vano, en vano pidiendo ayuda,
la mísera Arianna
que confió en ti y te dio gloria y vida?
Ay, ni siquiera contesta.
Ay, ¡más sordo que un áspid a mis quejas!
Oh nubes, o torbellinos, o vientos,
sumergidlo en estas olas.
¡Corred, orcas y ballenas,
y con aquellos miembros inmundos
llenad los abismos profundos!
¿Qué estoy diciendo, ay, estoy delirando?
Mísera, aymé, qué acabo de pedir?
Oh Teseo, oh Teseo mío,
no soy yo, no soy yo quien,
no soy yo quien profirió estas crueles palabras:
habló mi angustia, habló mi dolor;
habló la lengua sí, mas no el corazón.
Mísera, sigo dando lugar
a la esperanza traicionada, y no se apaga
a pesar de tanto escarnio el fuego de Amor.
¡Apaga, tú, muerte, las llamas indignas!
Oh Madre, oh Padre, oh del antiguo Reino
las soberbias moradas, donde tuve cuna de oro,
oh sirvientes, oh fieles amigos (ay, destino indigno),
mirad dónde me llevó la cruel fortuna,
mirad qué dolor heredé del amor mío,
de mi fidelidad y de aquel que me ha engañado.
Así vive quien en demasía ama y se fía.
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