jueves, 31 de mayo de 2012

Después de leer a Llovet

He leído esta semana el maravilloso libro de Jordi Llovet titulado Adiós a la universidad. El declive de las Humanidades, en el que explica con una apabullante claridad las razones que le impulsaron a tomar la decisión de abandonar la Universidad acogiéndose al plan de prejubilación ofrecido por la UB. Entre ellas está su determinación de no querer asistir al ocaso de los estudios de Letras, a su parecer motivado por tres causas principales: en primer lugar, el plan de estudios de secundaria que, como todos los profesores de Griego y Latín sabemos, intenta desde hace años convertir a la opción humanística en tabla de salvación para los que no quieran otras cosas, sin darse cuenta de que precisamente se consigue el efecto contrario: es el reducto de pensamiento crítico, innovación educativa y aprendizaje integral de los estudios secundarios. En segundo lugar, apunta Llovet a la baja calidad del profesorado universitario, como consecuencia de la endogamia, los continuos chanchullos en los procedimientos de acceso y la proliferación de universidades de segunda o tercera fila. Y en último lugar, sostiene el autor que no es otro sino el Plan Bolonia, al que el autor dedica un importante capítulo del libro que recomiendo especialmente para entender cómo este plan, concebido para estrechar el vínculo entre la universidad y la empresa, nació ya como guillotina de las letras, esos "estudios sin rentabilidad alguna". 
Insiste Llovet una y otra vez en salvar de la quema a los alumnos de Clásicas, vocacionales y entregados a las letras con pasión: "Yo aún pude conocer, pues, un alumnado bastante motivado, despierto y feliz. Se podía trabajar en la universidad en los términos y en el sentido que ocupan todo este libro, de principio a fin. Pero me temo que la situación actual conducirá a un verdadero desbarajuste, un cataclismo, una tierra baldía. Se salvarán unos cuantos estudiantes con una enorme vocación - como los de Filología Clásica, ya lo he dicho, que ni se paran a pensar cómo se van a ganar la vida el día de mañana, muy estoicos, epicurios, o cínicos a la manera de Diógenes.; pero la mayor parte saldrá de las aulas con unos conocimientos mínimos: serán hombres y mujeres aptos solamente para vivir a salto de mata en el mercado laboral, y poco más."

Yo he tenido la suerte de encadenar dos promociones de un Bachillerato de Humanidades excepcionales (que no serán las últimas, espero) con chicos que me han permitido aprender a enseñar, disfrutar mientras veía cómo conformaban un bagaje de ideas propias sobre lo que sucedía en clase y fuera de ella y, en definitiva, citando a mi profesor de griego del instituto, viendo cómo se convertían en seres críticos en sentido puramente clásico, en "piedras dentro de la sandalia", que es a lo que un estudiante de letras debería , ante todo, aspirar.

Pensando en todo esto me ha parecido oportuno recatar para el blog una carta abierta a la ex ministra socialista de Ciencia e Innovación Cristina Garmendia, enviada hace tres años - y plenamente vigente- por la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca, donde tuve el honor de comenzar mi andadura universitaria. Confío en que mis alumnos y ex alumnos le echen un vistazo, pues en él se reconocerán, nos reconocerán. 

Carta abierta a la ministra Garmendia de la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca sobre las ...

lunes, 28 de mayo de 2012

Pigmalión en la escuela

Cuarto de la ESO es para mí siempre el curso más difícil, por aquello de que tenemos que conjugar los intereses, las inquietudes y las motivaciones de un grupo de alumnos muy heterogéneo. Así, están los que cogen latín por probar, los que lo cogen porque les gusta o los que lo cogen por no coger otra asignatura que creen que es más difícil y se les va a dar peor. Este curso no está siendo la excepción en ese sentido, pero sí hay algo que ha cambiado y que hace que clases como hoy sean excepcionales y vuelvas a casa con la sensación de haber asistido a algo muy importante: están aprendiendo a ser críticos en el mejor sentido del término: se observan, se comparan, se analizan y argumentan acerca de su situación en función de lo anterior. Valga como muestra la clase de hoy.
 Hemos comenzado viendo este vídeo realizado por unos alumnos de la Universidad de Valladolid sobre el efecto Pigmalión en la escuela. La primera tarea consistía en explicar, tras el visionado, a qué se le llama el "efecto Pigmalión" en el ámbito de la enseñanza y cómo se pone eso en referencia con el mito que habíamos visto en la clase anterior. Después de consensuar la respuesta, hemos establecido al azar dos grupos para realizar un debate: ¿Creéis que el "efecto Pigmalión" se da realmente? A algunos les ha costado tener que defender una postura contraria a la suya - no habrían valido para la sofística- pero lo han conseguido con creces. El resultado ha sido un intercambio de opiniones que me ha dejado con la boca abierta por la sinceridad de los que han participado. En conjunto, creen que el papel del profesor es importante en tanto que debe motivarlos y provocar en ellos ganas de estudiar, de aprender , de superarse. Sin embargo, han concedido tanta o más importancia a la decisión propia del alumno; es decir, si un alumno decide -por la razón que sea- no estudiar, no seguir la clase, desoír los consejos de sus padres, etc., no hay nada que el profesor pueda hacer para evitarlo. Puede parecer desalentador como conclusión, pero os aseguro que la manera que ellos tenían de explicarlo, de hablarlo entre ellos, la manera en que los alumnos que repiten han explicado su caso a los que ellos creen que están en la misma situación este año, todo eso llegaba a ser ilusionante, porque se llega a palpalr el proceso de madurez que hay detrás, te demuestran que esa decisión es reversible. 
Conviene, hoy más que nunca, recordar a Séneca: Errare humanum est, Perseverare diabolicum.