Blog de aula del Departamento de Clásicas del IES Ojos del Guadiana de Daimiel
domingo, 16 de enero de 2011
La lírica latina (I)
Aquí os dejo los poemas con los que introdujimos el viernes el tema de la lírica latina. A partir de esta selección de 5 textos de distintos autores debíamos extraer características generales de la poesía lírica. Durante esta semana vamos a seguir trabajando el tema hasta comenzar con el seminario de Catulo y poesía erótica latina, que espero que os guste.
¿Sabemos ya a quién corresponde cada texto?
Cintia, fue ella la primera, me atrapó con su mirada,
pobre de mí, que fuera antes inmune a los deseos.
Bajó Amor luego la altivez constante de mis ojos
y aplastó mi cráneo bajo el peso de sus pies.
Llegó a enseñarme a rehuir a las chicas honestas,
malvado, y a vivir sin sentido.
Y este furor mío no remite todo un año,
aunque me fuerzo a tener a los dioses contra mí.
Milanión, sin rehuir, Tulo, esfuerzo alguno,
sometió la fiereza de la impasible Jásida.
Pues ya erraba insensato por los valles Partenios,
e iba a enfrentarse con las fieras hirsutas;
él, incluso, herido por la clava de Hileo,
gimió su dolor por las rocas Arcadias.
Logró así dominar a la chica veloz:
Implorar vale tanto en amor como una heroicidad.
En mi caso, Amor inepto no pergeña ya artimañas
ni sabe, como antes, seguir senderos seguros.
Mas vosotras, que exhibís la falacia de que os lleváis la luna
y os esforzáis en fuegos mágicos rezando encantamientos,
¡Cambiad, venga ya, el pensar de mi dueña
y haced que su rostro palidezca más que el mío!
Así he de creer que estrellas y torrentes
podéis conducir con cantos Citeinos.
Y vosotros, que me ayudáis tarde en mi caída, amigos,
buscadle un remedio a mi corazón enfermo.
Hierro y fuegos crueles aguantaré fuerte,
si, al menos, puedo expresar libremente mi ira.
Llevadme entre pueblos recónditos, llevadme por mares,
donde mujer alguna sepa mi paradero:
Vosotros quedaos, que un dios os atiende con fácil oído,
y vivid para siempre por parejas en controlado amor.
A mí, nuestra Venus me somete a noches de amargura
y Amor, en calma, no se va de mí un momento.
Guardaos, os lo advierto, de este mal; controle a cada uno
su cuita y no cambie el objeto de su amor constante.
Que si alguien tarda en prestar atención a mis consejos,
¡Con qué dolor profundo ha de pensar en mis palabras!
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Siempre, para engañarme, me muestras sonriente tu semblante,
después, para mi desgracia, eres duro y desdeñoso, Amor.
¿Qué tienes conmigo, cruel? ¿Es que es tan alto motivo de gloria que un dios tienda
trampas a un hombre? Pues a mí se me están tendiendo lazos;
ya la astuta Delia, furtivamente, a no sé quién en el silencio de la noche abraza.
Por cierto que ella lo niega entre juramentos, pero es muy difícil creerla.
Así también sus relaciones conmigo las niega siempre ante su marido.
Fui yo mismo, para mi desgracia, el que le enseñé de qué forma se puede
burlar la vigilancia: ay, ay, ahora estoy pillado por mis propias mañas.
Entonces aprendió a inventar pretextos para acostarse sola;
entonces a poder abrir la puerta sin rechinar los goznes. Entonces le di
jugos de hierbas con los que borrase los cardenales que produce, al
morder, la pasión compartida.
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No pretendas saber, pues no está permitido,
el fin que a mí y a ti, Leucónoe,
nos tienen asignados los dioses,
ni consultes los números Babilónicos.
Mejor será aceptar lo que venga,
ya sean muchos los inviernos que Júpiter
te conceda, o sea éste el último,
el que ahora hace que el mar Tirreno
rompa contra los opuestos cantiles.
No seas loca, filtra tus vinos
y adapta al breve espacio de tu vida
una esperanza larga.
Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso.
Vive el día de hoy. Captúralo.
No fíes del incierto mañana.
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MELIBEO
¿Y cuál tan grande ocasión fue la que te movió a ver a Roma?
TÍTIRO
La libertad, que, aunque tardía, al cabo tendió la vista a mi indolencia cuando ya al cortarla caía mas blanca mi barba; me miró, digo, y vino tras largo tiempo, ahora que Amarilis es mi dueña y que me ha abandonado Galatea; porque, te lo confieso, mientras serví a Galatea ni tenía esperanza de libertad ni cuidaba de mi hacienda, y aunque de mis ganados salían muchas víctimas para los sacrificios y me daban muchos pingües quesos, que llevaba a vender a la ingrata ciudad, nunca volvía a mi choza con la diestra cargada de dinero.
MELIBEO
Me admiraba, ¡Amarilis!, de que tan triste invocases a los dioses y de que dejases pender en los árboles las manzanas. Títiro estaba ausente de aquí; hasta estos mismos pinos, ¡oh Títiro!, estas fuentes mismas, estas mismas florestas te llamaban.
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Cuando se me representa la imagen de aquella tristísima noche
que fue la última de mi permanencia en Roma, cuando de nuevo
recuerdo la noche en que hube de abandonar
tantas prendas queridas, aun ahora mis ojos se deshacen
en raudales de llanto. Ya estaba a punto de amanecer
el día en que César me ordenaba traspasar las fronteras de Ausonia;
ni la disposición del espíritu ni el tiempo consentían los preparativos
del viaje, y un profundo estupor paralizaba mis energías(…)
Parto al fin, si aquello no era conducirme derecho al sepulcro,
desaliñado y con el cabello revuelto sobre el hirsuto rostro.
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