Hoy me he enterado de algo muy gracioso relacionado con las muy diversas razones por las que un alumno decide escoger Cultura Clásica, Latín o Griego, sucesivamente.
Tengo la suerte de contar (casi en su totalidad) con alumnos que "eligen" cursar Latín y Griego, no "se dejan elegir" por ser la única vía de zafarse de las matemáticas. A ellos, que son los que nos interesan, no hace falta ya que les explique nada. Sin embargo, todavía hoy tengo que explicárselo a padres o compañeros de profesión.
Los antiguos persas, según Heródoto, tenían claro que para una educación integral de sus hijos lo importante era saber cabalgar, saber hacer una genuflexión y decir la verdad.
Nuestro mundo se ha vuelto más complejo, y la cuestión de la correcta educación se ha enredado en interminables cuestiones patafísicas dependiendo de quién maneje los hilos. En esta discusión se han colado unos individuos que no sólo recomiendan aprender informática, tecnología o economía, sino también Latín y Griego. "¿¿¿¿¡¿Cómo?!?????" -se preguntarán- "¿para qué sirve en pleno siglo XXI esforzarse en aprender lenguas que llevan muertas 20 siglos?"
Empezaríamos por referirnos brevemente al interés ininterrumpido que, desde hace siglos, suscita la cultura griega y latina y que, en muchos casos, se ha transformado en influencia de artistas de los más diversos ámbitos para gestar obras sin las que ahora no concebiríamos la historia del arte o de la literatura como lo hacemos. Estoy pensando en las pinturas renacentistas, en las esculturas barrocas, en las obras de teatro de Brecht o en el cine de Woody Allen.
Por otro lado, los propios griegos y romanos siguen teniendo vigencia hoy día como modelos: las obras de teatro clásicas siguen llenando teatros, las novelas históricas siguen en los puestos más altos de las listas de ventas y las exposiciones de los museos, sean permanentes o temporales, siguen teniendo gran afluencia de visitantes.
En nuestro país, precisamente, la huella de Grecia y Roma no puede obviarse si queremos entender cómo hemos llegado hasta aquí y cómo ha llegado nuestro entorno. Tenemos personas que sueñan con ver el Teatro Romano de Mérida, el Acueducto de Segovia o las ruinas de Ampurias. Sin embargo, nosotros, los clásicos, no dejamos de sentir el desprecio y la continua necesidad de justificar nuestras disciplinas ante esos barbaroi que se asoman a nuestro mundo -el suyo- con la suficiencia que siempre llevan a cuestas los ignorantes.
Precisamente esos barbaroi son los que han conseguido que nuestro país, con las posibilidades que ofrece, no pueda sino soñar con un plan de estudios como el alemán, el danés, o el francés, donde las lenguas clásicas forman, junto con las matemáticas, el inglés y las ciencias sociales, el pilar de la formación.
En Alemania, donde tengo la suerte de haber trabajado, los alumnos han de escoger al entrar a la Secundaria (con 12 años) entre Latín o Francés como 2ª lengua. A día de hoy, la estadística es de 6:1 para el latín. No sólo tiene prestigio, sino que los padres lo ven indispensable para la formación científica de sus hijos, que empieza dos años más tarde. Son plenamente conscientes, porque así sucedió para ellos, de lo importante que es conocer las raíces latinas y griegas a la hora de adquirir vocabulario, de ser capaz de desentrañar las palabras. Por otro lado, aquellos padres cuyos hijos van más orientados a una formación lingüística (pues ésas son, grosso modo, las ramas que hay en un Gymnasium: científica o lingüística) saben que el latín hará que sus hijos tengan más facilidad para aprender español o italiano, que conocerán las raíces de la literatura occidental y que tendrán los conocimientos necesarios de gramática como para no ser unos analfabetos de su propia lengua.
Cuando hoy les explicaba a mis alumnos de 2º cómo íbamos a conectar nuestras clases con las de Historia del Arte o Historia de la Filosofía, esperaba que se sintieran igual de privilegiados que yo. Privilegiados porque podemos traducir a Pausanias e imaginarnos el Partenón como si fuéramos nosotros los que con él entráramos; privilegiados por ser capaces de leer los textos de PAEG de PLatón, Aristóteles o San Agustín, en su lengua original y recoger todos aquellos entresijos que la traducción -incluso siendo buena- se deja por el camino. Privilegiados por ser los que están al otro lado, los que avanzan contracorriente sabiendo que, aunque el IBEX nos traiga otro lunes negro y Einstein se equivocara, Aquiles sigue luchando en Troya y Dido sigue lamentando su suerte.
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